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como fuente y origen de todo significado, no formaba propiamente parte del mundo pues, en
primer lugar, él era lo que daba ser al mundo. En este sentido, la fenomenología recuperó y
restauró el viejo sueño de la ideología burguesa clásica, ya que esta ideología había girado en torno
de la idea de que el "hombre", en alguna forma, era anterior a su historia y a sus condiciones
sociales, las cuales brotaban de él mismo como el agua brota de un manantial. Cómo había
comenzado a existir este hombre, si era o no producto de las condiciones sociales a la vez que su
productor, no eran cuestiones que debieran considerarse seriamente. Al volver a ubicar en el sujeto
humano el centro del mundo, la fenomenología proporcionaba una solución imaginaria a un grave
problema histórico.
En el ámbito de la crítica literaria, la fenomenología tuvo alguna influencia sobre los
formalistas rusos. Así como Husserl  puso entre paréntesis el objeto real a fin de fijar su atención
en el acto de conocerlo, los formalistas también pusieron entre paréntesis el objeto real y se
concentraron en la forma en que se le percibe.1
La mayor deuda crítica para con la fenomenología aparece con toda claridad en la llamada
escuela crítica de Ginebra, la cual prosperó sobre todo en los años cuarenta y cincuenta y cuyas
más famosas luminarias fueron el belga Georges Poulet, los críticos suizos Jean Starobinski y Jean
Rousset, y el francés Jean-Pierre Richard. También se asocian a esta escuela Émile Staiger (profesor
de letras alemanas en la Universidad de Zurich) y, por sus primeros trabajos, el crítico
norteamericano J. Hillis Miller.
La crítica fenomenológica es un intento por aplicar el método fenomenológico a las obras
literarias. Así como Husserl  puso entre paréntesis el objeto real, también se hicieron a un lado el
contexto histórico real de la obra literaria, a su autor y a las condiciones en que se le produce y se le
lee. La crítica fenomenológica enfoca una lectura del texto totalmente  inmanente a la que no
afecta en absoluto nada externo a ella. El texto queda reducido a ejemplificación o encarnación de
la conciencia del autor. Todos sus aspectos estilísticos y semánticos son aprehendidos como partes
orgánicas de un total complejo, cuya esencia unificante es la mente del autor. Para conocer esta
mente no debemos referirnos a nada de lo que sepamos sobre el autor  queda prohibida la crítica
biográfica sino exclusivamente a los aspectos de su conciencia que se manifiestan en la propia
obra. Más aún, debemos fijarnos en las "profundas estructuras" de su mente, las cuales pueden
encontrarse en los temas recurrentes y en el patrón de sus imágenes. Al aprehender esas
estructuras aprehendemos la forma en que el autor  vivió su mundo, las relaciones
fenomenológicas entre él mismo como sujeto y el mundo como objeto. El "mundo" de una obra
1
Sin embargo, aquí se presenta una diferencia: Husserl, esperando aislar  la señal pura , puso entre paréntesis sus
propiedades gráficas y fónicas, precisamente las cualidades materiales en que más se fijaban los formalistas.
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Terry Eagleton  Una introducción a la teoría literaria
literaria no es una realidad objetiva, sino lo que en alemán se denomina Lebenswelt, realidad
realmente organizada y experimentada por un sujeto individual. Es típico de la crítica
fenomenológica enfocar la forma en que un autor experimenta el tiempo o el espacio, la relación
entre el yo y los demás o su percepción de los objetos materiales. Dicho en otra forma: las
inquietudes fenomenológicas de la filosofía husserliana muy a menudo se convierten en el
 contenido de la literatura cuando entra en juego la crítica fenomenológica.
Para aprehender estas estructuras trascendentales, para penetrar hasta el interior de la
conciencia del autor, la crítica fenomenológica trata de alcanzar completa objetividad y total
desinterés. Debe purificarse de sus propias predilecciones, arrojarse empáticamente en el mundo
de la obra y reproducir exactamente  con toda la imparcialidad posible lo que allí encuentre. Si
se enfrenta a un poema cristiano, no le interesa emitir juicios de valor sobre esta forma en
particular de considerar el mundo, sino demostrar que sintió el autor cuando lo  vivió . Se trata de
un modo de análisis no evaluador, ajeno a la crítica. No se considera a la crítica como construcción,
como interpretación activa de una obra, en la cual irremediablemente intervendría lo que interesa
al crítico, junto con sus prejuicios, es sólo una percepción pasiva del texto una mera transcripción
de sus esencias mentales. Se supone que una obra literaria constituye un todo orgánico, lo cual
ciertamente también ocurre con todas las obras de un autor en particular. En esta forma la crítica
fenomenológica puede moverse con aplomo entre textos absolutamente dispares tanto por su tema
como por la época a la cual pertenecen, en su decidido afán por descubrir unidades. Es un tipo de
crítica idealista, esencialista, antihistórico, formalista y organicista; una especie de destilación pura
de los puntos ciegos, de los prejuicios y limitaciones de toda la crítica literaria moderna. Lo que
más llama la atención, lo que más impresiona en todo esto es que logró producir algunos estudios
críticos individuales muy penetrantes (por ejemplo, los de Poulet, Richard y Starobinski).
Para la crítica fenomenológica, el lenguaje de una obra literaria no va más allá de ser
expresión de su significado interior. Este punto de vista sobre el lenguaje -un tanto de segunda
mano- data del propio Husserl. En la fenomenología husserliana realmente queda poco sitio para
el lenguaje como tal. Husserl habla de una esfera de experiencia exclusivamente privada o interna,
pero esa esfera es de hecho una ficción pues toda experiencia involucra al lenguaje y el lenguaje es
inevitablemente social. Carece de significado decir que estoy viviendo una experiencia totalmente
privada. En primer lugar, no podría yo pasar por una experiencia si ésta no se realizara en función
de algún lenguaje con el cual pudiera identificarla. Para Husserl, lo que proporciona significado a
mi experiencia no es el lenguaje sino el acto de percibir fenómenos particulares como universales,
acto que, se supone, se realiza independientemente del lenguaje. Es decir, que para Husserl, el
significado es algo que antecede al lenguaje; el lenguaje no pasa de ser una actividad secundaria
que da nombres a significados que en alguna forma yo poseo. Como es posible que yo posea
significados sin contar previamente con un lenguaje es una cuestión a la que Husserl no parece
poder responder.
La nota característica de la  revolución lingüística del siglo XX, desde Saussure y
Wittgenstein hasta la teoría literaria contemporánea, consiste en reconocer que el significado no es
sencillamente algo  expresado o  reflejado en el lenguaje, sino algo realmente producido por el [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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