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Lo había intentado con alguna otra prostituta que también servía a los «clientes especiales», pero
ninguna le había prestado la menor atención, porque María era lista, aprendía de prisa, se había
convertido en la gran amenaza del Copacabana. Ralf Hart, de todos los hombres que conocía, era tal vez
el único que podía en tenderla, pues Milan lo consideraba un «cliente especial». Pero él la miraba con
ojos iluminados de amor, y eso hacía las cosas más difíciles, mejor no decir nada.
-¿Qué sabes de dolor, sufrimiento y mucho placer? Una vez más, María no había conseguido
controlarse. Ralf dejó de comer la pizza.
-Lo sé todo. Y no me interesa.
La respuesta había sido rápida, y María se quedó sorprendida. Entonces, ¿todo el mundo lo sabía,
menos ella? Santo Dios, ¿qué mundo era aquél?
-He conocido mis demonios y mis tinieblas -continuó Ralf-. Fui hasta el fondo, lo he probado todo, no
sólo en esta área, sino en muchas otras. Sin embargo, la última noche que nos vimos fui hasta mis límites
a través del deseo, y no del dolor. Me sumergí en el fondo de mi alma, y sé que aún quiero cosas buenas,
muchas cosas buenas de esta vida.
Tuvo ganas de decir: «Una de ellas eres tú, por favor, no sigas por ese camino». Pero no tuvo valor; en
vez de eso, llamó un taxi y le pidió que los llevase hasta la orilla del lago, donde, una eternidad antes,
habían caminado juntos el día en que se habían conocido. A María le extrañó la petición, permaneció
callada, su instinto le decía que tenía mucho que perder, aunque su mente estuviese aún embriagada con
lo que había sucedido la noche anterior.
Despertó de su pasividad cuando llegaron al jardín a orillas del lago; aunque todavía era verano, ya
empezaba a hacer mucho frío por la noche.
-¿Qué hacemos aquí? -preguntó cuando salieron del taxi-. Hace viento, voy a resfriarme.
-He pensado mucho en tu comentario de la estación de tren. Sufrimiento y placer. Quítate los zapatos.
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Ella recordó que, una vez, uno de sus clientes le había pedido lo mismo, y se había excitado
simplemente al ver sus pies. ¿Es que la Aventura no la dejaba en paz?
-Voy a resfriarme.
-Haz lo que te digo -insistió él-. No vas a resfriarte, si no tardamos mucho. Cree en mí, como yo creo
en ti.
Sin ninguna razón aparente, María entendió que él quería ayudarla; tal vez porque ya había bebido de
un agua muy amarga, y creía que ella corría el mismo riesgo. No quería que la ayudasen; estaba
contenta con su nuevo mundo, en el que descubría que el sufrimiento ya no era un problema. Sin
embargo, pensó en Brasil, en la imposibilidad de encontrar una pareja para compartir ese universo
diferente, y como Brasil era lo más importante en su vi da, se quitó los zapatos. El suelo estaba lleno de
pequeñas piedras, que en seguida rasgaron sus medias, pero eso no tenía importancia, compraría
otras.
-Quítate el abrigo.
Ella podría haber dicho que no pero, desde la noche anterior, se había acostumbrado a la alegría de
poder decir «sí» a todo lo que estaba en su camino. Se quitó el abrigo, el cuerpo aún caliente no
reaccionó en seguida, pero poco a poco el frío la fue incomodando.
-Vamos a andar. Y vamos a hablar.
-Aquí es imposible: el suelo está lleno de piedras. -Justamente por eso; quiero que sientas estas
piedras, quiero que te provoquen dolor, que te hagan daño, porque debes de haber probado, como yo
probé, el sufrimiento aliado al placer, y tengo que arrancar eso de tu alma.
María sintió el deseo de decir: «No es necesario, me gusta». Pero caminó sin prisa, la planta de los
pies empezó a escocerle, debido al frío y a las piedras.
-Una de mis exposiciones me llevó a Japón, justamente cuando estaba totalmente metido en eso que
tú llamaste «sufrimiento, humillación y mucho placer». En aquella época, yo creía que no había camino
de vuelta, que caería cada vez más bajo, y que ya nada quedaba en mi vida, excepto el deseo de
castigar y ser castigado.
»Somos seres humanos, nacemos llenos de culpa, nos da miedo cuando la felicidad se transforma en
algo posible, y morimos queriendo castigar a los demás porque siempre sentimos impotencia, injusticia,
infelicidad. Pagar por tus pecados, y poder castigar a los pecadores, ah, ¿no es una delicia? Sí, es
genial.
María andaba, el dolor y el frío hacían difícil prestar atención a sus palabras, pero ella se esforzaba.
-He visto las marcas en tus muñecas.
Las esposas. Se había puesto varias pulseras para disimular, sin embargo, los ojos acostumbrados
saben siempre lo que están buscando.
-En fin, si todo aquello que has probado recientemente te está conduciendo a dar ese paso, no seré
yo quien te lo impida; pero nada de eso tiene relación con la verdadera vida.
-¿Qué paso?
-Dolor y placer. Sadismo y sadomasoquismo. Llámalo como quieras, pero si estás segura de que ése
es tu camino, sufriré, recordaré el deseo, las veces que nos vimos, el paseo por el Camino de Santiago,
tu luz. Guardaré en un lugar especial tu bolígrafo, y cada vez que encienda aquella chimenea me
acordaré de ti. Sin embargo, no te buscaré más.
María sintió miedo, pensó que era el momento de dar marcha atrás, de decir la verdad, de dejar de
fingir que sabía más que él. -Lo que he probado recientemente, mejor dicho, ayer, jamás lo había
probado antes. Y me asusta que, en el límite de la degradación, pudiese encontrarme a mí misma.
Se estaba haciendo difícil seguir hablando, sus dientes castañeteaban de frío, y los pies le dolían
mucho.
-En mi exposición, en una región llamada Kumano, apareció un leñador -continuó Ralf, como si no
hubiese oído lo que ella decía-. No le gustaron mis cuadros, pero fue capaz de descifrar, a través de la
pintura, lo que yo estaba viviendo y sintiendo. Al día siguiente, me buscó en el hotel y me preguntó si
estaba contento; si lo estaba, debía seguir haciendo lo que me gustaba. Si no lo estaba, debía
acompañarlo y pasar unos días con él.
»Me hizo andar por las piedras, como yo hago ahora contigo. Me hizo sentir frío. Me obligó a entender la
belleza del dolor, pero un dolor aplicado por la naturaleza, no por el hombre. A eso lo llamó Shugen-do,
una práctica milenaria.
»Me dijo que era un hombre que no tenía miedo al dolor, y eso era bueno, porque para dominar el alma
hay que aprender a dominar el cuerpo. Me dijo también que estaba usando el dolor de manera
equivocada, y que eso era muy ruin.
»Aquel leñador, ignorante, creía que me conocía mejor que yo mismo, y eso me irritaba, al mismo
tiempo que me enorgullecía al saber que mis cuadros eran capaces de expresar exactamente lo que yo
estaba sintiendo.
María sintió que una piedra más puntiaguda le cortaba el pie, pero el frío era más fuerte, su cuerpo
estaba quedándose dormido, y no era capaz de seguir las palabras de Ralf. ¿Por qué los hombres, en
este mundo de Dios, sólo tenían interés en mostrarle el dolor? El dolor sagrado, el dolor con placer, el
dolor con explicaciones o sin explicaciones, pero siempre era dolor, dolor...
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El pie herido tocó otra piedra, ella reprimió el grito y continuó andando. Al principio había intentado
mantener su integridad, su autodominio, aquello que él llamaba «luz». Pero ahora andaba despacio,
mientras su estómago y su pensamiento daban vueltas: pensó en vomitar. Pensó en parar, nada de
aquello tenía sentido, pero no paró. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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